A
parte de las fiestas navideñas y del día de mi cumpleaños, durante
muchos años el inicio de las vacaciones de verano significaba el
tercer (y último) momento del año en el que podía conseguir algún
juego nuevo para mi megadrive, ya que con la excusa del largo verano
y la coincidencia con san molsupo, mis sufridos padres y abuelos se
apiadaban de mí y de paso compraban un poco de tranquilidad para sus
horas de la siesta y esas cosas.
De
esta forma, si mi memoria no me falla, en verano del 1992 (el segundo
con mi megadrive) mi colección se vio ampliada con dos títulos que,
a decir verdad, fueron una elección extrañísima (y todavía hoy no
entiendo el porqué, ya que mi criterio se basó en una decisión
meditada y razonada…es decir, que elegí por el nombre y el dibujo
de la portada…); en fin, que ambos juegos inexplicablemente
pasarían con más pena que gloria por mi estantería:
El
primero, el Krusty’s Super Fun House, verdaderamente no estaba tan
mal (algún día tendrá su momento en el blog) pero aunque la
combinación de puzles y plataformas me enganchó durante un tiempo,
acabé por hartarme de él por culpa de su endiablada dificultad.
En
cambio, el otro juego era una conversión de una recreativa que en
aquellos tiempos no sabía ni que existía, pero cuyo título
prometía ser la secuela de uno de los arcades más brillantes de
Sega (cuya versión de megadrive ya andaba por casa), y sí, resultó
ser la secuela de un grande, pero también resultó que hizo bueno el
dicho de “segundas partes nunca fueron buenas”, de forma que la
conversión para megadrive del arcade (cuya aceptación entre los
aficionados era poco destacable), fue calificada directamente como un
“fiasco” considerable, y no sin parte de razón.
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Turbo Outrun (megadrive)...camino de Los Ángeles! |
Por
suerte o por desdicha, esa fue la versión que me tocó jugar a mí,
así que hoy toca destripar al “hijo” de una leyenda… ¿será
tan malo como parece o será otro caso en el que pesó demasiado el
nombre de su padre? Averigüémoslo!